lunes, 23 de abril de 2012

Santiago, tu eres mi amor.


Refrenas el paso por la inclinada pendiente de la calle, alzas la vista y te sorprende el más hermoso paisaje salido del pincel de la naturaleza. La suciedad, la improvisación constructiva, ni la triste realidad de un país bajo una dictadura, eclipsan el asombro y estupor que provoca una elevación natural vestida de vegetación por encima de cualquiera creada por la mano del hombre, imponente para mí, acostumbrado a la llanura costera en que me crié, quedo embobado del paisaje en lontananza; mucho menos extraño el frio y húmedo invierno de la Habana; aquí en Santiago no hay invierno, pienso que una tienda de abrigos quebraría en breve, así de benigna es la temperatura.
Caminan por sus calles diosas voluptuosas, de labios carnosos y andares de princesa, un diseño cercano a lo perfecto regala la vista muy a menudo. Zalameras y encantadoras, gustosas del desdeño fingido, del juego amoroso con principio tempestuoso, para el recién llegado le  parece difícil y poco probable hacerlas caer en los lazos de Cupido, pero bástele alejarse un poco, una distancia misteriosa, mostrar desinterés y la presa se acerca curiosa y dispuesta a averiguar.
No sé bien, creo que me he enamorado, pero no solo de lo bello, ¿pues acaso puede ser amor si no se aceptan las buenas y las malas?
Cuando he estado en los calabozos, cuando he visto y probado los golpes; a mis compatriotas de lugar tan bello penar por la injusticia de la dictadura, sin derechos, soportando la impunidad de las autoridades, olvidados y huérfanos de defensores, prolijos en penas de prisión y encierro, castigados de antemano por algo que no han hecho, acosados hasta atemorizarlos y paralizarlos por el terror; mi corazón sólo tiene esta oración: Santiago, este habanero te ama y voy a estar contigo en estas malas y en las buenas que están por llegar.
Chely.